domingo, 10 de mayo de 2009

El fin ya cerca está

Pero mientras tanto, a disfrutar de lo poco que queda por aquí. Y ¿cómo? Pues admirando las maravillas de la cuenca del Ruhr... venga y ahora en serio. Este finde me he ido de visita a Trier (Tréveris, para los puristas) y a Luxemburgo.
Trier, la verdad es que no está tan mal, fue ciudad romana y todavía se mantienen algunas cosas como la Porta Nigra y la estructura de la ciudad y tiene cosas bastante chulas como la Plaza del Mercado y la heladería en la que los cucuruchos de barquillo te los hacen delante tuya en el momento de darte el helado. Allí me tomé un Jägerschnitzel, uno de los platos más típicos alemanes, que no es otra cosa que un filete empanado de los de toda la vida que nos metían nuestras madres en el tápeh (Tupperware) cuando nos íbamos de excursión. Y después a la ventura, así sin saber si tendríamos que dormir debajo de un puente en el país más caro de toda la UE (o al menos uno de los más caros), nos montamos en un tren a Luxemburgo y algo mñas de una hora después allí que llegamos.
Nada más llegar, a los diez minutos ya teníamos una habitación doble por 55 € (es lo que tiene saber idiomas y haberse movido más que el baúl de la Piquer, que uno sabe dónde y cómo buscar) con desayuno incluído. Así que soltamos las cosas y nos fuímos a explorar. De Luxemburgo hay que decir algo, es la versión pija del barrio del Brillante (la versión cordobesa (con todo lo que eso implica) de La Moraleja de Madrid), pero aún así, es digno de ver. Está chulísimo y es muchísimo mejor (¿¡¿¡¿¡¿¡¿¡dónde va a parar!?!?!?!?!?) que Duisburg. Vaya, que es la caña de sitio: elegante, precioso y muy rico, pero sin tenerselo creído (sin ser snob, que diría alguna gente).
La primera noche nos fuímos a ver la parte alta de la ciudad y cenamos Fondue de carne en una plaza, en la que en vez de rumanos tocando el acordeón había una orquesta (más de veinte persona en esmoquin) tocando música clásica en un quiosco de a música. Luego intetamos irnos a tomarnos unas cervecillas, pero entre que estábamos reventados y que los dos priemros sitios que intetamos ya estaban cerrados, fue misión imposible.
Al día siguiente (esta mañana) bajamos al valle que cruza la ciudad y lo comprobamos ¡¡¡ES LA CAÑA DE CIUDAD!!! En serio, es increíble que algo así esté en medio de la capital de un país y que sea natural (porque Tiergarten en Berlín (que puede ser tan grande como toda la ciudad de Luxemburgo) no es natural, es un parque artificial).
En fín, que me han encantado las dos ciudades, que me he reído un montón con María este finde (cosa que a estas alturas no me sorprende ni amí ni a nadie), y que el viaje de vuelta en tren, bus, tren, tren y tren ha sido un tostón, pero ha merecido a pena.

Siguiente parada: Alemania con familia (segunda parte). Sed felices.

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