La respuesta es evidente: nosotros.
Y ¿cómo se llega de uno de los mercados navideños con más solera a una de las peores tradiciones juveniles alemanas? Respuesta corta: cogiendo el tren y aprovechándose de las casualidades.
Pero como sé que no sois de respuestas cortas, mejor os cuento todo desde el principio.
El viernes venía Iza de visita y llegaba a las doce, y un poco antes tenía que llegar Sonia. Así que nada más salir del cole, puse en marcha el horno y poco antes de que llegaran ya estaban hechos un pan preñao y un bizcocho de limón (reconozco mis límites, pero sinceramente tengo que decir que cada vez soy mejor cocinero).
A las nueve y media llegó Sonia, y conforme soltó su maletilla en mi casa, pusimos rumbo al Mercado de navidad a inaugurar la temporada de Glühwein, nos pedimos uno, nos quedamos con la taza y de vuelta para mi casa cenar y a esperar a Iza.
Cuando Iza llegó, planeamos el día siguiente mientras (re)cenábamos y charlábamos (creo que antes de venir aquí no usaba tanto el verbo "charlar"). El plan era vistar los mercados de Ludwisburg, Esslingen y, si daba tiempo, el de Heilbronn (porque ayer cerraba a las once en vez de a su horario habitual de las nueve de la noche).
El sábado nos levantamos, le hicimos a Iza la visita panorámica de Öhringen, y nos montamos en el tren camino de Ludwisburg; en Heilbronn se nos unió Cristina y un rato después estábamos llegando al mercado de Ludwisburg.
No te digo ná y te lo digo tó. El mercado de Ludwisburg será muy famoso y será todo lo que tú quieras, pero de barroco aquello no tiene nada (o a lo mejor es porque ayer hacía calorcito y un mercado de de navidad con temperaturas por encima de 0 grados no es un mercado de navidad auténtico). Es "barroco" porque está en la plaza de la iglesia, que sí es barroca (por lo menos por fuera, que no entramos a verla por dentro). Pero igual que no hay quinto malo, no hay mercado de navidad que decepcione. Allí que nos tomamos nuestras salchichas y nuestro Glühwein, pero no por el hecho de bebernos ese "delicioso" vino tinto caliente con especias (eso ya lo sabéis) sino por la consabida taza de mercado de navidad (que uno tiene que pensar en el futuro y eso significa que me tengo que montar un ajuar en condiciones, jejeje). Allí se nos unieron durante un rato María y Martin, que luego volverían en el mercado de Esslingen, y nos descubrirían (sobre todo Martin) algo, pero... todo a su debido tiempo.
La siguiente parada fue el famoso mercado medieval de Esslingen (sí, este finde ha consisitido en viajar en el tiempo a través de los mercados de navidad). Pero ése ya lo concíamos, así que tampoco nos sorprendió mucho. Eso sí, esta vez cayeron unos Maulta
Llegamos a Heilbronn muertos, pero conseguir una taza más para
Y es que cuando cuatro gallegos y un barcelonés (pero que ya era casi más gallego que catalán) te hacen esa preguntan en una ciudad con encanto alemana a las ocho de la tarde sabes que para que la noche acabe mal, alguien tiene que cagarla mucho, pero mucho mucho (spoiler: nadie la cagó). Nos pusimos a hablar y a reir. A concernos en definitiva, y al final preguntaron "¿sabéis donde se puede beber una cerveza por aquí?". ¿Conocéis esa sensación de encontrarte de repente con alguien a quien no conoces absolutamente de nada y caeros bien desde el principio? Pues algo así ocurrió.
En un principio sólo íbamos a guiarles al bar, pero una vez dentro vimos que tenían Bierkeller (es decir, cerveza que elaboran ellos mismos en el sótano - es decir, la mejor cerveza de todas). Bueno, pues allí estábamos dos grupos de perfectos desconocidos alrededor de una mesa hablando de todo un poco, contándoles nuestra experiencia en Alemania, oyendo de su viaje por este país y recomendándoles dónde ir después. En ese momento nos presentamos (en serio, hasta ese momento no nos habíamos dicho los nombres). Una cosa llevó a la otra, a rianxeira llevó a las canciones singvergüenzas de Iza y al final acabamos los nueve cantando villancicos, hasta tal punto que un cliente nos dijo que bajáramos la voz. Así que bajamos la voz y seguimos cantando hasta que ya la camarera nos trajo la cuenta (después haber subido todas las sillas encima de las otras mesas).
Iza, Sonia y yo nos fuimos a coger el S-Bahn mientras íbamos los nueve cantando villancicos a pleno pulmón por la calle (en serio, os parecerá una tontería, pero cuando llevas tiempo viviendo aquí, cantar villancicos en la calle - o simplemente hablar a un volumen más alto que un susurro - te hace sentirte muchísimo más cerca de casa) hasta que llegamos a la estación del S-Bahn. Llegamos a tiempo... a tiempo para decirle adiós con la mano, ver como se alejaba y tardar medio nanosegundo en decidir que nos íbamos de fiesta con los gallegos porque el siguiente era el primero de la mañana, cuatro horas después.
Así que pusimos rumbo a explorar la noche de Heilbronn. Después de descartar varios locales por caros o porque estaban a punto de cerrar, al final acabamos en el Caipirinha, donde casi no bebimos nada, pero no paramos de bailar y pasárnolo bien. E incluso hubo quien ligó y rechazó a sus pretendientes. Hasta que llegó el momento en que ya el cuerpo dijo "basta".
Después de una búsqueda totalmente infructuosa de un lugar donde comer (os recuerdo que desde Esslingen no habíamos probado bocado), Cristina se fue a su casa. Los ocho la acompañamos y de vuelta de su casa para la estación (de donde salía nuestro S-Bahn y donde estaba el hotel de los gallegos) encontramos un kebab abierto a las cuatro y media de la mañana (en España sería algo así como encontrárselo abierto a las siete de la mañana). Mira que no era nada del otro mundo (de hecho, en condiciones normales nunca habría entrado), pero es el kebab que más rico me ha sabido en toda mi vida. Cuando acabamos de comer, dejamos a los gallegos en su hotel, esperamos diez minutos a que saliera nuestro S-Bahn y a las 6:30 estábamos calentitos en la cama.
Sólo nos bebimos dos cervezas (tamaño normal, no tamaño alemán), sólo estuvimos sobre hora y media bailando y de hecho, al final acabamos caminando en total casi más tiempo del que estuvimos en cualquiera de los bares. Pero ha sido una noche de esas que echaba de menos, de esas en las que me olvido de los exámenes y de la Vorbildfunktion, de esas de simplemente pasártelo bien en buena compañía sin que te importe nada más. De esas que hacen que a veces me crea que Berlín SÍ es parte de Alemania.
Y esta mñana el menda lerenda estaba como los niños buenos a las diez y media en planta y después de un café y un poco de bizcocho casero ya estaba corrigiéndo exámenes, mientras Sonia e Iza dormían. Que quien tiene cuerpo para irse de fiesta, también lo tiene para trabajar.