domingo, 27 de noviembre de 2011

Barroco-kebab connection

¿Qué tienen en común el famoso mercado navideño barroco de Ludwisburg y el kebab más chungo de Heilbronn abierto a las cuatro y media de la madrugada?
La respuesta es evidente: nosotros.

Y ¿cómo se llega de uno de los mercados navideños con más solera a una de las peores tradiciones juveniles alemanas? Respuesta corta: cogiendo el tren y aprovechándose de las casualidades.

Pero como sé que no sois de respuestas cortas, mejor os cuento todo desde el principio.

El viernes venía Iza de visita y llegaba a las doce, y un poco antes tenía que llegar Sonia. Así que nada más salir del cole, puse en marcha el horno y poco antes de que llegaran ya estaban hechos un pan preñao y un bizcocho de limón (reconozco mis límites, pero sinceramente tengo que decir que cada vez soy mejor cocinero).

A las nueve y media llegó Sonia, y conforme soltó su maletilla en mi casa, pusimos rumbo al Mercado de navidad a inaugurar la temporada de Glühwein, nos pedimos uno, nos quedamos con la taza y de vuelta para mi casa cenar y a esperar a Iza.

Cuando Iza llegó, planeamos el día siguiente mientras (re)cenábamos y charlábamos (creo que antes de venir aquí no usaba tanto el verbo "charlar"). El plan era vistar los mercados de Ludwisburg, Esslingen y, si daba tiempo, el de Heilbronn (porque ayer cerraba a las once en vez de a su horario habitual de las nueve de la noche).

El sábado nos levantamos, le hicimos a Iza la visita panorámica de Öhringen, y nos montamos en el tren camino de Ludwisburg; en Heilbronn se nos unió Cristina y un rato después estábamos llegando al mercado de Ludwisburg.

No te digo ná y te lo digo tó. El mercado de Ludwisburg será muy famoso y será todo lo que tú quieras, pero de barroco aquello no tiene nada (o a lo mejor es porque ayer hacía calorcito y un mercado de de navidad con temperaturas por encima de 0 grados no es un mercado de navidad auténtico). Es "barroco" porque está en la plaza de la iglesia, que sí es barroca (por lo menos por fuera, que no entramos a verla por dentro). Pero igual que no hay quinto malo, no hay mercado de navidad que decepcione. Allí que nos tomamos nuestras salchichas y nuestro Glühwein, pero no por el hecho de bebernos ese "delicioso" vino tinto caliente con especias (eso ya lo sabéis) sino por la consabida taza de mercado de navidad (que uno tiene que pensar en el futuro y eso significa que me tengo que montar un ajuar en condiciones, jejeje). Allí se nos unieron durante un rato María y Martin, que luego volverían en el mercado de Esslingen, y nos descubrirían (sobre todo Martin) algo, pero... todo a su debido tiempo.

La siguiente parada fue el famoso mercado medieval de Esslingen (sí, este finde ha consisitido en viajar en el tiempo a través de los mercados de navidad). Pero ése ya lo concíamos, así que tampoco nos sorprendió mucho. Eso sí, esta vez cayeron unos Maultauschen con huevo para chuparse los dedos (más la consabida taza para añadir a la colección). Y al rato, cuando el mercado ya no daba más de sí, nos cogimos un tren directo a Heilbronn.

Llegamos a Heilbronn muertos, pero conseguir una taza más para el ajuar la colección bien merece la pena aguantar un poco en el mercado (además habíamos quedado con María y Martin). Nos dimos un paseíto de la estación al mercado (que es bastante más pequeño que el Weindorf, ver para creer), esperamos bebiendo agua a que llegaran María y Martin y cuando llegaron se pidieron un Feuerzangenbowle (versión rápida: como una Queimada, pero sin Conxuro y con ron en vez de Orujo, o más rápida todavía, como el Ron cremat), que está mejor que el Glühwein (¡¡¡¡¡BLASFEMIA BLASFEMIA!!!!!!). Pero como soy así, pues en vez de un Feuerzangenbowle, me pedí el último Glühwein de la noche. Y en eso estábamos, ya acabándonos nuestro último vino del fin de semana, dispuestos a darnos dos besos y decirnos "adios muy buenas, que ustedes duerman bien" cuando de repente una muchachada que había detrás nuestra nos dijo con un perfecto acento compostelano "ah ¿pero sois españoles?" y ahí comenzó la noche.

Y es que cuando cuatro gallegos y un barcelonés (pero que ya era casi más gallego que catalán) te hacen esa preguntan en una ciudad con encanto alemana a las ocho de la tarde sabes que para que la noche acabe mal, alguien tiene que cagarla mucho, pero mucho mucho (spoiler: nadie la cagó). Nos pusimos a hablar y a reir. A concernos en definitiva, y al final preguntaron "¿sabéis donde se puede beber una cerveza por aquí?". ¿Conocéis esa sensación de encontrarte de repente con alguien a quien no conoces absolutamente de nada y caeros bien desde el principio? Pues algo así ocurrió.

En un principio sólo íbamos a guiarles al bar, pero una vez dentro vimos que tenían Bierkeller (es decir, cerveza que elaboran ellos mismos en el sótano - es decir, la mejor cerveza de todas). Bueno, pues allí estábamos dos grupos de perfectos desconocidos alrededor de una mesa hablando de todo un poco, contándoles nuestra experiencia en Alemania, oyendo de su viaje por este país y recomendándoles dónde ir después. En ese momento nos presentamos (en serio, hasta ese momento no nos habíamos dicho los nombres). Una cosa llevó a la otra, a rianxeira llevó a las canciones singvergüenzas de Iza y al final acabamos los nueve cantando villancicos, hasta tal punto que un cliente nos dijo que bajáramos la voz. Así que bajamos la voz y seguimos cantando hasta que ya la camarera nos trajo la cuenta (después haber subido todas las sillas encima de las otras mesas).

Iza, Sonia y yo nos fuimos a coger el S-Bahn mientras íbamos los nueve cantando villancicos a pleno pulmón por la calle (en serio, os parecerá una tontería, pero cuando llevas tiempo viviendo aquí, cantar villancicos en la calle - o simplemente hablar a un volumen más alto que un susurro - te hace sentirte muchísimo más cerca de casa) hasta que llegamos a la estación del S-Bahn. Llegamos a tiempo... a tiempo para decirle adiós con la mano, ver como se alejaba y tardar medio nanosegundo en decidir que nos íbamos de fiesta con los gallegos porque el siguiente era el primero de la mañana, cuatro horas después.

Así que pusimos rumbo a explorar la noche de Heilbronn. Después de descartar varios locales por caros o porque estaban a punto de cerrar, al final acabamos en el Caipirinha, donde casi no bebimos nada, pero no paramos de bailar y pasárnolo bien. E incluso hubo quien ligó y rechazó a sus pretendientes. Hasta que llegó el momento en que ya el cuerpo dijo "basta".

Después de una búsqueda totalmente infructuosa de un lugar donde comer (os recuerdo que desde Esslingen no habíamos probado bocado), Cristina se fue a su casa. Los ocho la acompañamos y de vuelta de su casa para la estación (de donde salía nuestro S-Bahn y donde estaba el hotel de los gallegos) encontramos un kebab abierto a las cuatro y media de la mañana (en España sería algo así como encontrárselo abierto a las siete de la mañana). Mira que no era nada del otro mundo (de hecho, en condiciones normales nunca habría entrado), pero es el kebab que más rico me ha sabido en toda mi vida. Cuando acabamos de comer, dejamos a los gallegos en su hotel, esperamos diez minutos a que saliera nuestro S-Bahn y a las 6:30 estábamos calentitos en la cama.

Sólo nos bebimos dos cervezas (tamaño normal, no tamaño alemán), sólo estuvimos sobre hora y media bailando y de hecho, al final acabamos caminando en total casi más tiempo del que estuvimos en cualquiera de los bares. Pero ha sido una noche de esas que echaba de menos, de esas en las que me olvido de los exámenes y de la Vorbildfunktion, de esas de simplemente pasártelo bien en buena compañía sin que te importe nada más. De esas que hacen que a veces me crea que Berlín SÍ es parte de Alemania.

Y esta mñana el menda lerenda estaba como los niños buenos a las diez y media en planta y después de un café y un poco de bizcocho casero ya estaba corrigiéndo exámenes, mientras Sonia e Iza dormían. Que quien tiene cuerpo para irse de fiesta, también lo tiene para trabajar.

jueves, 24 de noviembre de 2011

A pesar...

... de lo que pueda parecer no estoy muerto. Pero tampoco estoy de parranda... por ahora.

Mañana empieza mi época favorita del año alemán: la época de los Mercados de Navidad.

Soy fan de los mercados de navidad (teniendo en cuenta lo rara que es alguna gente, tampoco creo que sea tan grave), así que estoy de buen humor (de muy buen humor, de hecho). Y este finde me visita Iza y el que viene me visitan Aitor y Mariana (así que estoy de un humor inmejorable).

Esta semana me he enterado de que las 27 horas que doy de clase en el instituo seguramente las dé otra persona (pero soy consciente de que yo soy más listo, más guapo, más limpio y más tó que quien venga, y con eso me basta). Todavía tengo que decidir si estoy de buen o de mal humor por ello, pero entre que soy un optimista empedernido y que la sangre y la tierra empiezan a tirar (que ya era hora), creo que estoy de buen humor.

También he empezado con el Máster de traducción especializada alemán <> español. Y, oye, estoy bastante animado.

Hoy ha salido la noticia de que Andalucía es la tercera región con más paro de toda Europa, superada sólo por la Isla de Reunión (Territorio francés de Ultramar en el Caribe) y por Canarias. Eso me baja un poco el buen humor (pero España es muy grande, y aunque tenga que aprender a pronunciar las eses finales de las palabras, espero encontrar algo en algún sitio).

Además acabo de volver del curso de teatro, que hace que esté de buen humor, pero supercansado. Y estoy llamando a mi tía (y madrina) porque es su cumpleaños, pero no me coge el teléfono.

En resumen, que si no escribo es porque no tengo apenas nada que contar.

Para leer de las elecciones coged un periódico, el que más os plazca; que os recuerdo que a veces hablo de Política, pero no de partidos ni de políticos.

martes, 15 de noviembre de 2011

15-N

Quedan cinco días para las elecciones. Hoy acaba(ba) el plazo para votar por correo, al menos desde el extranjero... sólo para quienes tengan derecho a voto. Yo no lo tengo. Pero ya lo sabía, me enteré en septiembre. Ahora sólo me queda esperar poder recuperar ese derecho en marzo, aunque tampoco sé si servirá para algo, porque seguramente no podré votar.

Al inscribirme como residente en Alemania renuncié a mi derecho a votar en las municipales (creo que eso ya lo dije, pero nunca está de más recordarlo), y me inscribí demasiado tarde para poder pedir el voto por correo (porque me dieron cita casi siete semanas después de haberla pedido).

Hoy se puede leer en el blog de Mortiziia la entrada que me temía leer desde hace una semana (en realidad desde mucho antes). Cuando Mercedes me dijo ayer que a ella le había llegado todo el viernes (votó el mismo viernes porque sábado y domingo no se puede votar ya que Correos está cerrado, el lunes tanto ella como yo trabajamos de 8:00 a 16:00, que es cuando está abierto correos, y hoy es el último día y también tenía que estar todo el día en el instituto) pensé que a lo mejor no iba a pasar lo que me temía. Pero no, al final ha pasado lo que todos esperábamos.

Sinceramente, creo que acabarían antes si directamente nos prohibieran votar a los expatriados en vez de hacer el paripé, en vez de hacernos ir al Consulado más cercano (quienes vivís en España tenéis una oficina de correos en vuestra misma ciudad, yo tardo tres horas con tres cambios de trenes para ir al Consulado, que no tiene un horario de 8:00 a 19:00 como Correos en España, sino de 9:00 a 14:00, y no soy de los que lo tienen peor) a suplicar el derecho a voto, para luego mandar tarde todos los papeles (o directamente no mandarlo).
Total ya nos prohíben votar en las municipales y nadie se ha enterado, ¿quién se iba a mover si prohibieran votar al casi millón y medio de españoles que vive fuera y tiene derecho a votar en estas elecciones?
Incluso habría quien se alegrase (sé de buena tinta que hay quienes opinan que quienes vivimos fuera no deberíamos tener derecho a votar).

viernes, 11 de noviembre de 2011

El extraño caso de Antonio y el señor Rísquez

Al igual que en la famosa novela de Robert Louis Stevenson, dentro de mí existen dos personas diferentes (aunque muy entrelazadas): Antonio y el señor Rísquez.

El señor Rísquez (casi) nunca lleva zapatillas de deporte, sino que lleva botas o zapatos; Antonio sólo lleva botas cuando hace mucho frío o llueve y no le gusta demasiado llevar zapatos.

El señor Rísquez lleva camisas de colores o rayas, pero nunca lleva camisas de colores claros. Antonio nunca lleva camisa; es más, considera que - a menos que vaya acompañada de corbata, chaleco, chaqueta y pantalones de pinza - no deberían existir.

El señor Rísquez pronuncia todas las eses y las dés, habla muy despacio y con total claridad. Antonio a veces habla tan farfullero que no le entiende ni su propia familia (eso es genético, también le pasa a su primo y a su abuela), nunca pronuncia las eses finales de las palabras y siempre le encanta usar palabras como "saquito", "llegarse" o "pego" y expresiones como "no ni ná", "vete a pegarle peos a una lata", "acuéstate que estás penoso" o "a volar, joven".

Cuando alguien le pregunta al señor Rísquez por su facebook, él responde "¿qué es eso de facebook?"; cuando alguien le pregunta a Antonio por su facebook, él le da su facebook, su cuenta de twitter, la dirección de este blog y le manda un email de esos que hay que usar un calendario para cronometrar el tiempo de lectura.

Al señor Rísquez le encanta enseñar, pero a veces está demasiado apegado a las reglas; a Antonio le encanta actuar, bailar, reír, viajar, querer, brincar, cocinar y rascarse esa panza redonda y grande como la luna que tiene (bueno, el señor Rísquez también tiene una panza considerable) y las reglas... en fin, digamos que considera que las reglas son más orientaciones que leyes.

El señor Rísquez siempre tiene una sonrisa pintada en la cara que anima a sus alumnos a hablar español; Antonio tiene días buenos y días malos (pero es consciente de que los demás no tienen que tragarse sus días malos... a menos que sean los causantes), así que algunos días tiene una sonrisa que le hace sombra al sol, pero otros días tiene una cara que le llega hasta el suelo.

El señor Rísquez no suele levantar demasiado la voz (aunque es capaz de lanzar miradas que hablan mucho más alto que un megáfono), pero tampoco le habla al cuello de su camisa, habla para que le oigan perfectamente los alumnos de la última fila sin que los de la primera tengan que taparse los oídos; Antonio a veces habla tan alto que le oyen desde la otra punta de la calle y a veces habla tan bajito que no le oye ni el propio cuello de su camiseta (os recuerdo que a Antonio no le gustan las camisas).

Al señor Rísquez le encanta preparar exámenes en los que los alumnos tengan que demostrar no que saben reglas y palabras, sino que saben comunicarse, por eso los alumnos tienen que escribir textos, cartas, postales, emails, conversaciones, etc.; Antonio odia corregir esos exámenes porque se queda sin tiempo libre para otras cosas (como rascarse esa panzota que tiene).

El señor Rísquez no habla de política ni de partidos; Antonio parece que tampoco habla de política, pero es porque no habla de partidos, porque es consciente de que la política es mucho más que apoyar a un partido u otro y muchísimo más que ir cada cuatro años a echar un papelito de colores en una urna trasparente (Antonio piensa que la política es pensar, comparar, debatir, conversar, compartir, explicar y dejar que le expliquen a uno, estar abierto a otras ideas, pero no dejar que anulen las propias...)

Al señor Rísquez le encanta descubrir nuevos materiales didácticos y que le manden (o comprar él mismo) libros, juegos y actividades para sus alumnos; a Antonio le encanta crear él mismo los materiales (y el señor Rísquez se lo pasa pipa usándolos), y todavía no acaba de creerse que otros profesores hayan usado sus ideas porque las consideran buenísimas (a pesar de haberlo visto con sus propios ojos). (Bueno, en esto se parecen un poquito)

El señor Rísquez trata a todos sus alumnos por igual; Antonio tiene alumnos favoritos y está deseando que hagan de una vez la selectividad para encontrárselos en el Oktoberfest, estar con ellos de tú y tomarse una caña juntos.

El señor Rísquez va siempre (más o menos) bien peinado; Antonio tiene unos pelos de loco por los que su padre siempre está quejándose, y cada vez que puede (de forma totalmente inconsciente) se despeina un poco más.

El señor Rísquez huele a colonia; a Antonio le huelen los pies (pero no tanto como a esa pequeñaja que a veces le llama "tito" y que siempre le arranca la mejor de sus sonrisas) y ronca (pero sólo cuando ha salido de fiesta).

El señor Rísquez escribe textos sencillitos para que los entienda gente que no sabe mucho español; Antonio escribe entradas de blog que a veces no entiende ni él mismo.

Todo lo que hace el señor Rísquez tiene una razón de ser, porque además todo lo ha preparado con antelación; Antonio a veces escribe entradas que no vienen a cuento nadie sabe muy bien por qué (ni siquiera él mismo).

La gente que conoce a Antonio no acaba de imaginarse al señor Rísquez y la gente que conoce al señor Rísquez no acaba de imaginarse a Antonio.

Además hay un tercero en discordia, que es afra (al que le hacen entrevistas y todo), pero a ése ya lo conocéis más o menos (y es que 218 entradas y 846 tuits dan para mucho), aunque en el fondo espera no dejar nunca de sorprenderos.

Eso sí, la gente que conoce al señor Rísquez ni siquiera puede imaginarse que afra existe.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Bundesverfassungswidrig

O lo que es lo mimso: inconstitucional.

¿Y qué ha declarado inconstitucional (en Alemania, claro) hoy mismo el tribunal constitucional (con sede en Karlsruhe)?

Pues el límite del 5% de las pasadas elecciones europeas. Lo del límite del 5% ya lo expliqué más o menos aquí. Pero en resumen, el límite viene a decir, que (supuestamente, para favorecer la estabilidad del gobierno) un partido necesita al menos el 5% de los votos para conseguir un representante en el Parlamento. (En el Parlamento de los Diputados en España este porcentaje de exclusión es del 3%, en algunas elecciones autonómicas es del 5% o hasta del 6% click)

Ejemplo práctico: Supongamos que hay un millón de votantes (y que todos votan) para elegir a 500 parlamentarios, por una simple regla de tres vemos que el 5% de los votos es 50.000 votos. En teoría, al ser 500 parlamentarios a repartir entre un millón de votos, cada parlamentario cuesta 2.000 votos (2.000 votos x 500 parlamentarios = 1.000.000 de votos). A un partido con 40.000 votos le deberían corresponder 20 parlamentarios (40.000 votos conseguidos /2.000 votos por parlamentario = 20 parlamentarios). Pues en realidad, al no haber conseguido un 5% de los votos totales no le corresponde ningún parlamentario.

Pues bien, el Tribunal Constitucional alemán (Bundesverfassungsgericht, que se me llena la boca, cada vez que lo digo en voz alta) ha resuelto hoy (con cinco votos a favor y tres en contra) que en las pasadas elecciones europeas, ese porcentaje de exclusión (que dejó fuera a siete partidos, que de otro modo habrían obtenido representación en el Parlamento Europeo: die Freien Wähler, die Republikaner, die Tierschutzpartei, die Familienpartei, die Piraten, die Rentenerpartei y el ÖDP click) es anticonstitucional. Sin embargo las elecciones no se repiten y se queda todo como está. Supongo que la eliminación del porcentaje de exclusión empezará a ser efectivo a partir de las próximas elecciones.

En realidad, el Tribunal ha decidido que es inconstitucional porque en las elecciones al Parlamento Europeo no se elige directamente a un gobierno, sino a parlamentarios que después en Bruselas se agrupan dentro de grupos políticos paneuropeos (de esto no estoy totalmente seguro, porque lo he leído directamente en la sentencia del tribunal y mi alemán jurídico no da para tanto). Así que dudo mucho que lo declaren inconstitucional también para el resto de las elecciones. Pero oye, puede ser el primer paso de un largo camino que aún queda por recorrer.

Sincermente, creo que es una gran noticia para celebrar que hace 22 años y sobre esta hora más o menos estaba sucediendo esto.

Enlace
Nota: esta entrada es para todos vosotros, pero está dedicada sobre todo a Mortiziia, que dejó Berlín tan sólo un día antes que yo, pero al igual que en mi caso, se quedó allí un cachito suyo para siempre. Además estoy seguro de que no ha dejado de interesarse por la política alemana (y por la política en general), pero no sé si habrá enterado de esto, porque yo lo he visto de casualidad en Twitter, y ella no es mucho del pájaro azul.

sábado, 5 de noviembre de 2011

California dreamin'

No sé en que día estoy, no sé si son las seis de la tarde o las nueve de la mañana. Me acabo (es un decir) de meter casi veinte horas de viaje entre San Francisco y Öhringen, la última vez que dormí más de dos horas seguidas fue un punto inconcreto el viernes por la mañana en la costa oeste de EEUU, pero creedme cuando os digo que ha merecido la pena y que tengo que repetir.

El sueño californiano empezó el viernes por la tarde-noche.

Nada más salir del trabajo me puse a hacer la maleta y tres horas más tarde estaba en un tren camino de Frankfurt. Allí ví a Soraya, cené en el restaurante donde trabaja (a partir de enero, SU restaurante), estuvimos charlando y poniéndonos al día (que después de más de dos años ya iba siendo hora), dormí en su casa y a la mañana siguiente me esperaban un vuelo de casi diez horas a Charlotte (sentado junto a tres niñas de entre 5 y 2 años, que fueron mejores compañeras de viaje que cualquier adulto con quien haya hecho un vuelo similar; en serio, estuve a punto de abrazar a los padres y felicitarles cuando acabó el vuelo), pasar la aduana, refacturar la maleta, una carrerita por el aeropuerto de esas que tanto me gustan y otro vuelo de casi cinco horas para llegar a San Francisco (¿por qué a los estadounidenses les gusta tanto hablar con desconocidos en situaciones de las que no puedes escapar?).

Lo que pasó después lo leéis en el blog de José Alberto, que escribe con más arte que yo click, además, así descubrís blogs nuevos.

Después de, sorprendemente, no perderme por las calles de Davis (en serio, haced click y leed la entrada de Jose, que no voy a repetir la primera parte del viaje; os recuerdo que llevo desde el viernes por la mañana sin dormir del tirón, además él ha puesto fotos; y ya conocéis mi tendencia al entradainfumabilismo como para añadir tres días a esta entrada), llegué a la estación, compré el billete de tren + bus a SF (que menos mal que José Alberto me explicó antes como funcionaba, porque si no, llego a Los Ángeles y no me doy ni cuenta), planeé que iba a hacer esos dos días durante el camino y un par de horitas después estaba bajándome de un autobús en Market con Powell más perdío que el barco del arroz, pero con unas ganas de descubrir San Francisco que compensaban cualquier cosa (eso sí, sin flores en el pelo). Después de una visita rápida a la Oficina de Turismo (que está justo donde me dejó el bus) puse camino al albergue, con la intención de dejar las cosas e irme a explorar SF por mi cuenta.

Pero un belga se cruzó en mi camino.

Me encanta viajar con amigos, familia, etc; no me gusta mucho viajar solo (aunque ya me voy acostumbrando y eso de ir a mi ritmo sí que me gusta); me gusta conocer gente en los albergues; pero lo que no me gusta nada es que alguien que no conozco de nada o que conozco de hace apenas media hora me marque el ritmo, y eso lo descubrí el miércoles. Repito: que me lo marquéis la gente con la que suelo viajar (amigos, familia, etc.) no me importa, de hecho me gusta.

Cuando llegué al albergue había un tipo en la habitación que se llamaba François y que hablaba (como ya habréis deducido) francés (punto negativo), pero que no era francés (punto positivo), sino belga (sin punto que valga) y que hablaba español y estuvimos todo el rato hablando en español (punto positivo) y que tenía hambre y quería ir a comer (tres puntos, colega); así que teniendo en cuenta que no me gusta demasiado viajar solo y que me gusta aún menos comer solo, su balance positivo de cuatro puntos positivos le convirtió en mi compañero de viaje ese día.

Fuimos a Chinatown, que estaba cerca del albergue y es una zona bastante barata, así que ya empezó el turisteo. Nos metimos a comer en un restaurante chino (obvio) en el que éramos los únicos occidentales, de lo que dedujimos que tenía que ser bueno (como cuando vas por la autovía y ves un bar de carretera lleno de camiones y piensas "éste tiene que ser bueno, porque nadie sabe más de bares de carretera que los camioneros", pues eso, que nos metimos allí a comer, porque nadie sabe más de restaurantes chinos que los propios chinos). Pues mientras estábamos comiendo, François me contó que estaba en California vistando a un amigo, y que para no seguir molestando a sus padres en vez de quedarse en su casa pues se fue a un albergue (y también que el amigo vive en Santa Rosa, y San Francisco es mucho más interesante, ¿dónde va a parar?), pero claro el amigo, para que no se aburriera en SF, pues le dió un bolsita con María la que da alegría y cuando acabamos de comer va y me salta el François "¿Nos vamos a fumar y después vemos cosas o vemos cosas y después nos vamos a fumar?" Así que muy diplomáticamente le dije "mejor vemos cosas antes que uno nunca sabe como puede acabar la cosa". Después de comprender que tenía razón (y si no lo hubiera comprendido, pues ya le podían ir dando viento fresco, que yo no fui a SF a encerrarme en el abergue), fuimos a acabar de ver Chinatown, seguir recto, ver Little Italy, comprarnos un helado (que como estaba derretido, nos devovlieron el dinero y nos dieron otro helado de regalo), intentar ver las focas en el Pier 39 (pero que no había focas ni nada, así que sólo vimos el Pier 39, que es como un parque de atracciones para turistas) y subir a la Coit Tower.

¿Sabéis esa calle de SF que sale en todas las películas con una cuesta interminable que ríete tú del Tourmalet? Pues no es una calle, son TODAS. La Coit Tower está a media milla de la costa, imaginad la inclinación de las calles para pasar del nivel del mar a una de las colinas más altas de SF en media milla, pues eso. Después de subir las cuestas y estar ya que no podía con mi alma me encontré con que para subir a lo alto de la torre había que pagar (entrar a ver los murales de la planta baja es gratis), y estuve a punto de no subir, pero luego me dije "no sabes cuando vas a vovler a SF, si es que vuelves; además los dólares que te lleves de vuelta van a ser papel mojado" así que pagué religiosamente mis 7 dólares (¡¡¡¡¡7 $!!!!!!) mientras François se quedaba abajo y ví las mejores vistas de San Francisco en un día con sol; los que me concéis, sabéis lo que me cuesta soltar un euro (que parezco suabo) pero creedme que mereció la pena. Después de la Coit Tower ya nos volvimos al albergue, eso sí pasando antes por la Grace Cathedral, una catedral impresionante, totalmente blanca por fuera y de madera (obviamente) por dentro.

Ya cerca del albergue, nos compramos seis cervezas para pasar la tarde-noche en la terraza del albergue. Lo que me gusta de los albergues es el ambientillo que se monta en la terraza/comedor/sala del billar/lugar donde se puede encontrar la gente que está en ese momento en el albergue, que no se conocen absolutamente de nada y de repente empiezan a hablar de esto y lo otro; hay quienes prefieren alojarse en hoteles de cinco (o tres, o dos o una) estrellas que ofrecen una cama más cómoda, un desayuno más completo y tener que aguantar los ronquidos sólo de gente que conoces; yo no, yo prefiero viajar con mochila que con maleta y sentarme alrededor de una mesa vieja y de un té recalentado a hablar con otros viajeros y a compartir experiencias, porque una parte de viajar también es aprender y compartir. Veis, por divagaciones como ésta, son mis entradas infumables.

A lo que iba antes de mi defensa del mochileo. Que después de toda la tarde caminando (os recuerdo: solamente Chinatown, Little Italy, Pier 39 y Coit Tower) volvimos al albergue, a tomarnos una cerveza en la terraza del albergue, y a que el François se liara su porro y me dejara tranquilo con tanto "vamos al albergue que me quiero fumar un porro". Después de ver cómo se fumaba unos cinco en menos de tres horas ya comprendí porque parecía que el muchacho tenía una pedrá en la cabeza. Después de cenar y de hablar con más gente de todas partes que se estaban quedando en el albergue, ya me fui a la cama, que al día siguiente me quedaba una ciudad entera por descubrir.

El jueves me levanté a las ocho, desayuné, me duché y me puse en camino (yo solo). Como el día de antes estuve en camiseta porque hacía un calor de órdago, esta vez sólo llevaba una camiseta, y el jersey en la mochila. Craso error.

Primero el Financial District, con la famosa pirámide. No soy excesivamente grande, pero en una ciudad sólo me he sentido así de pequeñito entre los rascacielos de Nueva York. Desde allí vi un edificio de Chinatown que me gustó, así que para allá que fui, y pensé "eso de trabajas como un chino es mentira porque ya son más de las nueve y están todas las tiendas cerradas". Bueno, que divago otra vez, el caso es que andando andando (milla y media, que se dice pronto pero son más de dos kilómetros y cuarto) llegué a la plaza de las Naciones Unidas, y allí entre la plaza y el ayuntamiento había un grupo de ancianitos haciando Tai Chi a las diez de a mañana con un frío que si yo no fuera turista no estaba en la calle. Por eso mismo (por el frío, no por la muchachada del Tai Chi) me metí a ver la biblioteca, a ver si así entraba en calor, y acabé comprándme dos libros de segunda mano (uno de mis objetivos era visitar una libreria de 2ª mano, me doy por ssatisfecho).

Los mapas son muy traicioneros, y más en una ciudad como San Francisco que es totalemnte cuadriculada. Mis siguientes paradas eran la Misión y Castro, que están juntos. Desde la Plaza de la ONU a la Misión Dolores es muy fácil, tiras todo recto, y en la calle Dolores giras a la izquierda y cuatro bloques después ya has llegado, lo dicho otros dos kilómetros y medio cuesta arriba. Como os podéis imaginar, dentro de la misión estuve bastante rato, entre otras cosas porque dentro había bancos y se estaba calentito. Caundo salí de la misión ya había nubes grises en el cielo, pero los turistas no le hacemos caso a esa serie de señales, así que seguí mi camino dirección a Castro. Conforme vas llegando se van viendo más y más banderas arco iris, hasta que llegas a la plaza Harvey Milk, donde hay una bandera del tamaño de la bandera española de Plaza Castilla. Justo en ese momento empezó a llover a cántaros, así que decidí que los seis kilómetros que me separaban del albergue no los iba a hacer de nuevo a pie, me metí en un tranvía, me volví al albergue, me puse el abrigo y me fui a comer.

Después de comer, miré en la guía qué me faltaba por ver y se la mandé a José Alberto por correo (porque era suya y él es probable que vuelva a SF antes de navidad, de hecho, creo que ahora mismo está allí). Visité Union Square, Japantown (que no es lo mismo que China Town, está más lejos, en otra colina, y con otras colinas de por medio) con su pagoda y su centro comercial con todas las tiendas japonesas. De allí me fui andando a Lombard Street. Y desde allí volví otra vez a la Coit Tower, a echar fotos, no desde la parte de arriba de la torre (evidentemente no pagué otros siete dólares) sino desde el jardincito que hay detrás de la torre. De la Coit Tower se puede salir de dos formas, por una cuesta que lleva al mismo sitio por el que subes a la colina, o por las escaleras de Greenwich Street (Filbert Steps). Las escaleras no están indicadas, y si no sabes a donde llevan y aún así te arriesgas a bajarlas, tienes la sensación de que va a llegar un momento en el que te vas a tener que dar al vuelta porque no hay salida. De hecho, cuando estaba dudando si tirarme por las escaleras o bajar por donde bajé el día de antes, se me quedó mirando un señor y tuvimos la siguiente conversación:

Random Asian Turist: Are you a local? (segunda vez que me lo preguntaban en menos de quince minutos)
afra: Nope
R.A.T.: Then, where are you going?
afra: I don't know. Just to see what there's down there.
R.A.T.: Oh... ha ha ha ha ha (1)

Y eso fue el impulso que necesitaba para tirarle escaleras abajo. Creedme cuando os digo que me alegro enormemente de haber bajado por ahí (aunque mis rodillas no están del todo de acuerdo), es una de las mejores vistas de San Francsico, tienes la sensación de andar por la selva en todo momento. Os pondría fotos, pero ni las que hice yo, ni las que he encontrado en Google hacen justicia. Las escaleras dan a la plaza Levi's (donde se empezaron a hacer los vaqueros de esa marca). Y desde allí por el embarcadero hasta Farmer's Market, que me recordó un montón al Quincy Market de Boston. Después de cenar allí, volví dando un paseo por Market Street hasta el albergue para despedirme de la ciudad.

Esa noche no hubo cervezas, ni charlas con otros alberguistas, sólo cama porque estaba que no podía con mi alma.

Y ya después, poco más que contar, que parece que todo eso fue ayer, que parece que me levanté esta mañana para coger el avión de vuelta y que espero que el jet lag no me mate el lunes.

(1)
Guiri asiático cualquiera: Tú ¿eres de aquí?
afra: ¡qué va!
G.A.C.: Y ¿adónde vas por ahí?
afra: Ni idea, a ver qué hay ahí abajo
G.A.C.: Aaahhh, jajajaja.