martes, 7 de octubre de 2014

Sin avisar

Que no se me olvide que merezco la pena
que no me lo borren de mis sienes tranquilas
(Orologiaio)

Esta mañana entré a clase a las 07:45 de la mañana y he salido de una reunión a las 18:00 de la tarde. A lo mejor en otros trabajos estar 10 horas seguidas es algo normal, pero quienes trabajen en centros educativos saben que eso puede volver loco a cualquiera.
Me encanta mi colegio y además esta mañana me he cruzado por el pasillo con la subdirectora y me ha ofrecido el tú. Quienes vivís o habéis vivido en Alemania sabéis lo que eso significa, para quienes no sabéis de qué va la historia, imaginad que un día vuestro jefe os dice de ir de barbacoa a su casa el domingo y os presenta a su familia y de repente sois medio coleguitas. A lo mejor he exagerado un poco, pero pilláis el concepto. Vamos, que no puedo estar más a gusto en el colegio. Pero ese horario mata a cualquiera. Además llevo desde el sábado por la tarde moqueando y con carraspera de garganta.

Lo único que me apetecía al volver a casa era meterme en la cama... bueno, meterme en la cama y estrenar la olla exprés que me he comprado (vais a fliparlo con las entradas de cocina a partir de ahora).

Pero hete aquí que he encendido el ordenador casi antes de entrar por la puerta (nada fuera de lo común, por otro lado). Internet derriba las distancias y gente de la que casi ni te acordabas por casualidad te dice "hola ¿qué hay?" y al cabo de los minutos, casi sin avisar, te están confiando secretos que no se atreven a compartir con nadie. Es cierto que una pantalla y un océano de separación facilitan mucho las cosas en ese aspecto (que me lo digan a mí); pero hablar con alguien y devolverle la confianza en sí mismo (o al menos ayudarle a sentirse mejor) es algo que hace que días como el de hoy merezcan la pena y me hacen echar la vista atrás y ver cuánto he cambiado en este tiempo (para mejor como los buenos vinos, obviamente).

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